Este decálogo es una adaptación libre del que el Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa escribió para que las personas mayores envejezcan con plenitud. En estos tiempos de aislamiento sus recomendaciones pueden aplicarse a todos y resultan indispensables para reflexionar acerca de cómo queremos estar cuando esto termine
El aislamiento social, preventivo y obligatorio se sigue prolongando y genera la falsa sensación de que será para siempre. Sin embargo, esta etapa es transitoria. Y detrás de la puerta lo esperan sus actividades, sus seres queridos y la vida que solía tener.
Seguramente habrá cambios. Las medidas de prevención e higiene, por ejemplo, llegaron para quedarse. Pero más allá de esto, el cuidado personal que esté poniendo en práctica en este periodo está moldeando día a día su ánimo, su cuerpo, su salud física y mental. Si aprovecha este paréntesis para ocuparse de usted, estará en mejores condiciones para enfrentar el regreso a la rutina.
Para ponerse en forma considere este Decálogo como un disparador de reflexiones y use a su favor aquellos Mandamientos que mejor se ajusten a su realidad:
1. Cuidarás tu presencia todos los días. Arréglate como si fueras a una fiesta. ¡Qué más fiesta que la vida! El peinado, la ropa, todo atractivo, oliendo a limpio y a buen gusto. El buen gusto es gratuito, no cuesta nada. Que al verte se alegren tu espejo y tus ojos (que son los más importantes).
2. No te encerrarás en tu habitación. Nada de jugar al enclaustrado o al preso voluntario. Saldrás de la cama y organizarás una rutina productiva. El agua estancada se pudre y la máquina inmóvil se enmohece.
3. Amarás el ejercicio físico como a ti mismo. Un rato de gimnasia, una caminata razonable dentro de casa. Abrir la puerta, regar las plantas, contestar el teléfono, cualquier movimiento que te despegue de la cama y del sillón. Contra la inercia, diligencia.
4. Evitarás actitudes y gestos de ser humano derrumbado. La cabeza gacha, la espalda encorvada, los pies arrastrándose. No. Que al verte salir de compras la gente diga un piropo cuando pases: “qué enérgico ese señor”, “qué jovial esa señora”.
5. No hablarás de tus problemas ni te quejarás de tu encierro. Recuerda que todos están atravesando lo mismo y a la gente no le gusta oír historias de hospital. Cuando te pregunten “¿cómo estás?”, contestarás: “divinamente”.
6. Cultivarás el optimismo sobre todas las cosas. A mal tiempo, buena cara. Sé positivo en los juicios, de buen humor en las palabras, alegre de rostro, amable en los ademanes. Se tiene la edad que se ejerce. Por más que tu documento diga lo contrario, la vejez no es cuestión de años sino un estado de ánimo.
7. Tratarás de ser útil a ti mismo y a los demás. No eres un parásito ni una rama desgajada del árbol de la vida. Bástate hasta donde sea posible. Y ayuda, ayuda con una sonrisa, un consejo, un servicio. Al abrirte a los demás dejarás de estar pensando en un “yo” angustiado y solitario. Sólo cuando se abre la cáscara aparece la almendra.
8. Trabajarás con tus manos y tu mente. El trabajo es la terapia infalible. Cualquier actitud laboral, intelectual, artística. Haz algo, lo que sea y lo que puedas. Una ocupación artesanal, un rato de lectura, un crucigrama, algo de jardinería. La bendición del trabajo es medicina para todos los males.
9. Mantendrás vivas y cordiales las relaciones humanas. Desde luego las que se anudan en el hogar, integrándote a todos los miembros de la familia. Ahí tienes la oportunidad de convivir con niños, jóvenes y adultos, el perfecto muestrario de la vida. Luego ensancharás tu corazón a los amigos, y te mantendrás al día, comunicado y conectado con otros.
10. No pensarás que “todo tiempo pasado fue mejor”. Deja de estar condenando tu mundo y maldiciendo tu momento. No digas a cada palabra “las cosas andan mal, esto no termina más…”. Positivo siempre. Proponte ser como la luna: estás destinado a dar luz.
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