Frente a ciertos hechos que se producen en la vida, algunas personas intentan calmar su ansiedad comiendo de la misma manera que otras lo hacen tomando bebidas alcohólicas o fumando. Aunque esta conducta a veces no se detecta al inicio, a largo plazo puede tener consecuencias para la salud
Comer emocionalmente es usar los alimentos para afrontar las emociones. Esto tiene una fuerte base biológica ya que los alimentos ricos en azúcares y grasas activan nuestro circuito cerebral de recompensa que aumenta el bienestar.
Como estamos diseñados para obtener más de aquello que nos causa placer, es posible que recurramos a alimentos muy específicos frente a distintas situaciones ya que no se trata de un hambre fisiológico sino emocional.
Las diferencias entre ambos tipos de hambre, son:
CAUSAS
Los desencadenantes del comer emocional suelen asociarse con emociones negativas (ansiedad, estrés, soledad); aunque también puede ser una respuesta a emociones positivas como la alegría, la diversión y el enamoramiento y a situaciones diversas como el premenstruo, el insomnio o el cansancio.
Cuando esta reacción es frecuente:
- La conducta genera culpa por no haber podido controlar la situación a tiempo.
- Aumenta el riesgo de perpetuar un círculo vicioso donde, frente a una situación de angustia o algarabía, se recurre a “ese” alimento o preparación que nos da placer. Por ejemplo: tristeza = chocolate, tensión = galletitas, ansiedad = cualquier alimento y en cantidad.
QUÉ HACER
Para evitar que el comer emocional se convierta en un hábito o desarticularlo si es que ya se estableció, es útil identificar las situaciones que disparan el uso de la comida como mecanismo de compensación y poner en práctica las estrategias para vencer este circuito pernicioso.
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