Planificar la experiencia de comer es una reingeniería individual que deberá incluir un conocimiento personal de cómo nos comportamos frente a distintas situaciones. Esto es así porque nuestro flujo de energía (también conocido como motivación o fuerza de voluntad) puede variar en función del entorno, de nuestra situación particular en ese momento y del alimento o la bebida a la que estemos expuestos
Lleva una semana de plan idílico… su alimentación va bien, no siente ansiedad, organizó las colaciones, respeta las porciones. Su motivación podría puntuarse con un 9 en una escala del 1 al 10.
Sin embargo, se presentan ciertas situaciones que usted califica de “imprevistas”, de pronto la decisión de cuidarse flaquea y la “luna de miel” termina. Un fin de semana largo o una fiesta familiar, el “imprevisto” puede ser tan pequeño y común que pasa desapercibido.
Acá van solo algunos ejemplos: Su hijo vuelve de la escuela con un compañerito y compran facturas para merendar (entonces se permite comer 1, o 2…). Llega la hora de la colación y no tiene frutas, yogur ni cereales (entonces hecha mano a la lata de galletitas). Su pareja sugiere una “picadita” mientras cocinan juntos (y usted cena casi dos veces… durante la “picadita” y después). La reunión de trabajo duró más de lo previsto y un compañero compra sándwiches de miga (¡justo lo que más le gusta!). Sale a comer afuera y el servicio se demora (mitiga la espera con grisines)… Estas y muchas otras situaciones son tan frecuentes y habituales como la comida misma.
¿Sucumbimos por falta de voluntad? ¡No! Controlar las porciones y la calidad de lo que comemos y bebemos es, para muchos, un enorme desafío, especialmente cuando enfocan la energía en la comida más que en el entorno en que comen. Esto, sumado a la automatización del acto de comer, hace que el objetivo de adelgazar o mantener los logros resulte complejo.
Sin embargo, a medida que uno comprende que nuestra alimentación es un eslabón más dentro de una cadena amplia, empieza a quedar claro que volverla más consciente es la clave para reconocer lo que es: una instancia donde también es necesario planificar y tomar decisiones saludables. Lo contrario hará olvidar un hecho fundamental que atenta contra cualquier propósito de cambio: comer es un evento social.
PLANIFICACION DEL ENTORNO
Distintos estudios han orientado sus investigaciones a la comensalidad entendida como aquello que nos une y nutre la experiencia de nuestra mesa. Este término encierra la adopción de un conjunto de reglas que en forma silenciosa llevamos a la práctica todos los días sin tomar mayor conciencia:
*Variar nuestra alimentación según dónde comemos: en casa, en la escuela, en la oficina, en la calle, en un restaurante, en un local de comida rápida.
*Comer solos o acompañados (según el momento del día y la actividad que estamos realizando).
*Sentarnos a la mesa o comer al paso.
*Respetar (o no) una cierta cantidad de ingestas al día distribuidas en comidas principales y colaciones.
*Servir los alimentos en cierto orden (el postre, al final).
*Clasificar las preparaciones en comunes, festivas o rituales (los turrones o el pan dulce, la torta, el pescado en Semana Santa).
Estas y otras cualidades y situaciones del momento en que comemos representan variables que no pueden quedar libradas a nuestra motivación o voluntad porque tienen un enorme impacto en nuestra conducta al influir en las decisiones que tomamos sobre la calidad y la cantidad de nuestra alimentación.
EL EFECTIVO PENDULO DE LA ENERGIA
Una de las herramientas que utilizamos en nuestros tratamientos es el Péndulo. Este cuerpo que pende de un hilo oscila de un extremo al otro haciendo un movimiento amplio o pequeño y nos recuerda que nuestra alimentación también oscila entre dos extremos: rigidez y descontrol.
Según en qué límite nos encontremos, nuestro peso subirá o bajará. Cuando el movimiento del Péndulo es amplio, de un lado encontramos el “descontrol”, representado por comer de todo sin importar la cantidad ni la calidad. Y del lado opuesto la “rigidez”, que equivale a decir “no” a cualquier cosa fuera del plan e incluso a realizar dietas restrictivas.
Quienes fluctúan entre estos extremos se pasan la vida engordando y adelgazando. Cuando se cansan de la rigidez se vuelven permisivos dando paso al descontrol, y engordan. Cuando el exceso de peso molesta demasiado se vuelven rígidos, y adelgazan. El problema es que los extremos no permiten mantener los logros ni disfrutar del placer de comer.
Otra opción es controlar el movimiento del Péndulo para que el ángulo que forma sea lo más pequeño posible. En ese caso, en la “permisividad” será posible disfrutar de lo que nos gusta cuidando las porciones. Y del lado de la “firmeza” recurrir a la planificación “al pie de la letra” para ordenar nuestra alimentación.
¿Qué se necesita para poner en funcionamiento este esquema?: ¡flexibilidad! Esta debe ser el centro del movimiento pendular porque es precisamente la instancia que permite tanto la planificación y el control como el disfrute con sobriedad. Quienes ponen en práctica la flexiblidad consiguen alinear sus objetivos (bajar de peso o mantenerse) con la conducta que los conduce al éxito. Eligen lo que les gusta con orden y sin sentir culpa ni privación. Y recurren a la disciplina y la planificación cuando reconocen una situación potencialmente riesgosa (una fiesta, una reunión, un fin de semana largo) planeando recursos adecuados al entorno.
En lo cotidiano, y casi sin darnos cuenta, pendulamos entre los extremos. Dejar librado el evento de comer a nuestra fuerza de voluntad es como agitar el péndulo y esperar que caiga en “flexibilidad”… resulta poco probable, ¿no?
Pensemos, por ejemplo en algunos riesgos cotidianos: Ir a una fiesta estando hambrientos. Darnos una licencia de todo el fin de semana convocando a la rigidez del lunes. No realizar las compras para contar con los alimentos del plan. Creer que podemos comprar eso que nos tienta solo porque lo comen en casa y nosotros podemos ganarle a la tentación. Como verá, tomamos decisiones basadas en los recursos que tenemos, en el entorno en que nos desenvolvemos y en la distribución del tiempo disponible. A esto se denomina economía.
También nos adaptamos a la situación y desarrollamos una relación recíproca con el entorno en el que nos movemos y trabajamos, lo que se conoce como ecología. El resultado podría traducirse en esta fórmula E2= Economía x Ecología. El problema es que en nuestro ambiente la comida está disponible 24 x 7 (las 24 horas, los 7 días de la semana) y la tecnología redujo la necesidad de trabajo físico. Por lo tanto, seguir practicando la fórmula E2 sin hacer cambios solo dará por resultado menos salud, más kilos y más enfermedad. Para modificar el rumbo será necesario reconstruir, a consciencia, cada evento social que encierra nuestro acto de comer. Solo así será posible elaborar estrategias efectivas que nos encaminen hacia la flexibilidad y a un peso sano
4 CLAVES PARA LOGRAR FLEXIBILIDAD
1. Liberarse del “todo o nada”. Después de un “recreo” –comer algo fuera del programa– puede aparecer la culpa: “lo arruiné todo”, “perdí el día”. sin embargo, reconocer el impacto del entorno revela que a veces no es posible seguir lo planeado y eso no impide que, en la siguiente comida, retomemos nuestro plan. el secreto está en planificar y volver a empezar.
2. Prevenir el “fuera de control”. evaluar de antemano cómo será nuestro día: dónde vamos a comer, con quién, qué comida habrá, cómo reforzar la comida anterior, cómo hemos comido en situaciones similares… Tener presente el entorno permite una planificación adecuada.
3. Incluir todos lo alimentos. excluir los hidratos de carbono para compensar lo que se comió de más genera desequilibrios, aumenta la ansiedad y la respuesta compulsiva. la clave del péndulo es la flexibilidad, no la rigidez.
4. No saltear comidas. Hacerlo aumenta el hambre en la próxima ingesta, , libera más insulina en sangre y favorece la formación de grasa.
Dr. Aberto Cormillot